En las consultas que habitualmente hacen los padres, suelen sacar a relucir el tema de las conductas agresivas en los primeros años del desarrollo. Preocupa especialmente que nuestro hijo o hija pueda ser víctima de agresiones por parte de otros compañeros o compañeras, pero también que sea nuestra propia criatura la que pegue.
Antes de ofrecer pautas de actuación en estos casos, me gustaría hablar del desarrollo cognitivo y social del niño/a en la etapa preescolar, pues son aspectos cruciales para comprender el comportamiento de los menores:
El desarrollo cerebral
La etapa preescolar es uno de los momentos vitales más importantes en el ser humano. Durante este periodo, se producen cambios cerebrales a un ritmo vertiginoso: Se crean o consolidan determinadas conexiones cerebrales (sinapsis) y desaparecen otras, dentro de un proceso normal que dura varios años. De hecho, se ha demostrado que el cerebro es un órgano asombrosamente flexible, por lo que este proceso puede suceder a lo largo de todo el ciclo vital. Sin embargo, la etapa preescolar y escolar es donde más cambios se producen.
Concretamente, en este punto queremos hacer referencia al desarrollo de la corteza prefrontal. Esta región cerebral es la responsable de la regulación emocional, el control de impulsos y formas de razonamiento más “adultas”. Estas capacidades no se desarrollan plenamente hasta la edad adulta (en torno a los 21 años), pero tienen un hito importante entre los 3 y los 5 años de edad. En ese momento el niño o la niña empieza a ser capaz de frenar su primer impulso en favor de otra conducta más adaptativa. Por lo tanto, cuando los niños hasta esa edad responden de forma muy emocional (mediante rabietas, llantos, pegar, etc.) muchas veces es por una incapacidad de controlar sus impulsos. Este modelo explicativo (lo hace porque no sabe controlarse, no porque no quiera) va a favorecer que gestionemos estas situaciones de conflicto con nuestros hijos de una forma más calmada y comprensiva.
Socialización
El ser humano es social por naturaleza, y los niños y niñas de preescolar tienen una gran necesidad de significación y pertenencia. Por eso, en ocasiones el menor no pega por una frustración, si no por hacerse presente en el grupo. En algunos casos esta es su manera errónea de llamar la atención de sus iguales o del adulto porque no sabe hacerlo de otra manera. Lo que está claro es que esta estrategia de hacerse presente o visible no es la adecuada y puede generar el efecto contrario: rechazo por parte del grupo, además de ser una conducta irrespetuosa para con los demás.
Entender que un niño/a pueda pegar en alguna etapa de su desarrollo, ya sea porque no sabe gestionar sus emociones con éxito o porque no dispone de herramientas socio comunicativas para manejarse dentro del grupo de iguales no quiere decir que lo tengamos que permitir.
No intervenir o escudarse en que “son cosas de niños” y “ya lo resolverán ellos” nunca es una alternativa. Nuestro deber como madres, padres y/o educadores es ayudar a nuestro/a hijo/a en la gestión de esas emociones negativas y ofrecerle estrategias adecuadas de interacción social, además de garantizar el bienestar físico y emocional de todos los niños/as (no sólo del que pega).
Pero, ¿qué podemos hacer en estos casos? ¿qué hago si mi hijo o hija pega?
Hasta ahora hemos expuesto las razones más habituales por las que los niños y las niñas suelen pegar. Entender que esta conducta puede ser normal en la primera infancia te ayudará a mantener la CALMA, que es la mejor recomendación que podemos darte. Desde este estado podrás gestionar los conflictos con una actitud dialogante y comprensiva hacia ambas partes. Además, te recomendamos:
- Ser vs. hacer: Tu hijo/a ha llevado a cabo una conducta inadecuada, pero eso no significa que sea malo/a, caprichoso/a, rebelde, etc. Evita cualquier etiqueta y céntrate en esa situación en concreto.
- Garantizar su propia seguridad y la de los que le rodean: Si la conducta supone un riesgo para la integridad física del que pega o al que le pegan, se debe apartar y sujetar al menor con cariño pero con firmeza, hasta que se encuentre lo suficientemente calmado/a para no suponer un peligro para sí mismo o para los demás.
- Ofrecerle estrategias de relajación: Podemos disponer en casa de un rincón de la calma donde el niño/a se sienta seguro/a y pueda calmarse. En este lugar deben estar a disposición del menor diferentes materiales para conseguir este objetivo (botellas sensoriales, material de dibujo, una planta, pop-its, un peluche, etc.)
- Reconocer y poner nombre a los sentimientos: Nombrar el sentimiento que puede estar atravesando el menor y lo que ha podido causarlo le ayudará a entenderse mejor a sí mismo/a y a aprender cuando se den situaciones similares en el futuro (“estás enfadado/a porque querías jugar a la pelota y la tiene tu compañero/a”).
- Explicar cómo se siente la otra persona: Es importante hacerle ver que sus actos tienen consecuencias en los demás (“cuando le has pegado para conseguir la pelota tu compañero/a se ha sentido triste y dolorido/a, y así no le va a apetecer compartir la pelota contigo”).
- Dejar claro que pegar nunca es una alternativa válida, y buscar soluciones adecuadas que podrían haberse llevado a cabo (“si quieres la pelota, puedes pedirla usando las palabras, o podéis jugar juntos, o hacer turnos para usarla primero uno y luego el otro, pegar nunca es una buena idea”).
- Aplicar una consecuencia: Las consecuencias son necesarias para generar aprendizajes. La consecuencia de lanzar un juguete y que se rompa es no disponer de ese objeto la próxima vez que queramos jugar con él. De la misma manera, si pegamos a un compañero/a, éste no va a querer jugar y compartir sus juguetes con nosotros. Si se producen situaciones impulsivas con otros/as compañeros/as de forma reiterada, por ejemplo en el parque, hará que tengamos que subir a casa en lugar de quedarnos a jugar, dado que las normas de convivencia establecen respetar a los demás (y no pegar).
Por último, uno de los puntos más importantes para que los niños aprendan que pegar no es una alternativa, pero también para cualquier otro tipo de aprendizaje de patrones de conducta es que, como adultos, seamos un buen modelo para ellos/as. No les podemos pedir que estén tranquilos gritando, que apaguen la televisión mientras estamos con el móvil o que no peguen cuando nos mostramos agresivos. Somos el espejo en el que se miran.