La disciplina positiva es un modelo pedagógico que, en la actualidad, está tomando especial relevancia entre los profesionales del ámbito educativo y cuidadores altamente implicados en la crianza de los niños y niñas. Este modelo defiende que la forma de educar a los menores debe basarse en el respeto mutuo, el cariño y la comprensión, favoreciendo así el desarrollo emocional de los menores y reforzando los vínculos afectivos entre padres/madres/cuidadores y los niños/niñas.
Los orígenes de la disciplina positiva se encuentran en los trabajos de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs. Adler consideraba que el comportamiento humano está motivado por el deseo de pertenencia, significación, conexión y valoración, influido por nuestras primeras decisiones sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos rodea. Por su parte, Dreikurs (discípulo de Adler) hizo especial hincapié en la defensa de la dignidad y el respeto mutuo en todas las relaciones, incluída la familia.
Sobre estos cimientos se asienta la disciplina positiva, cuyos puntos principales son:
- El respeto mutuo
- Comprensión del motivo que hay detrás del comportamiento
- Comunicación efectiva
- Comprender el mundo del niño
- Disciplina que enseña
- Se centra en las soluciones en lugar del castigo
- Los estímulos premian el esfuerzo y las ganas de mejorar
- Los niños se portan mejor cuando se sienten mejor
Desde esta filosofía se huye de los castigos como método de enseñanza, oponiéndose frontalmente a modelos educativos más tradicionales.
Por este motivo, en ocasiones se relaciona erróneamente la disciplina positiva con padres excesivamente permisivos con los comportamientos de los niños, pero esto no debería ser así. Desde esta perspectiva se contemplan las normas y límites, siempre y cuando éstos sean POCOS, explicados de manera CLARA y establecidos desde el SENTIDO COMÚN (por ejemplo, se le podría pedir a un niño de tres años que debe cruzar la calle siempre de la mano de un adulto; pero no sería adecuado ponerle de norma mantenerse sentado una hora y media cuando salimos a comer a un restaurante).
Una de las diferencias principales entre este modelo y otras herramientas educativas consiste en que desde la disciplina positiva se pone el foco en el adulto como agente del cambio, defendiendo que los comportamientos de los niños obedecen, en su mayoría, al momento de desarrollo evolutivo en el que éstos se encuentran. De esta manera sería el adulto el que analizaría el comportamiento del menor desde una perspectiva de normalidad, ajustando sus expectativas y demandas a su propio desarrollo. Por lo tanto, otorga al adulto una gran responsabilidad en el proceso educativo, si bien contempla que los padres también pueden fallar y equivocarse, suponiendo ello una gran oportunidad de aprendizaje.
A continuación se enumeran algunas ideas para implementar la disciplina positiva en los diferentes contextos en los que el niño está inmerso:
- Implicar al niño: en lugar de decirle lo que debe hacer, conviene implicar al niño en las decisiones. Esto favorecerá la autonomía del menor y su sensación de poder. Entre otras, se puede implicar al niño de las siguientes formas:
- En la creación de rutinas: las rutinas son altamente beneficiosas para los niños, les ayuda a ordenar su mundo y anticipar lo que está por venir. Si queremos que las transiciones entre una actividad y la siguiente sean más fáciles, podemos confeccionar la tabla de rutinas con el propio niño. Para ello, pueden resultar de gran ayuda preguntas como: «¿qué cosas tenemos que hacer antes de ir al colegio?» «¿Podemos ir en pijama?» «Entonces, ¿debemos vestirnos antes de salir de casa?» «Tras levantarnos, ¿qué tarea podemos poner: desayunar o vestirnos?»
- Con el uso de opciones limitadas: otorgar al niño la posibilidad de que sea él quien decida repercute en su sensación de control. De esta manera, al haber elegido él mismo la opción, realizará la tarea con más gusto. Un ejemplo de ello podría ser: “cuándo prefieres lavarte los dientes, ¿antes o después de vestirte?” Así, se entiende que lavarse los dientes no es negociable, pero sí en qué momento podemos llevar a cabo la acción.
- Dándole oportunidades para ayudar: los niños pequeños normalmente se resisten a la orden directa. Coloquialmente se dice que están en el periodo del “no”. Sin embargo, suelen responder mejor si ésta se plantea como una ayuda: “¿me ayudas a llevar el desayuno a la mesa?” Mejor inclusive si se reconocen sus capacidades: “que pesa mucho y tú eres muy fuerte”.
- Enseñar respeto siendo respetuosos: ¿cómo pretendemos que un niño no grite si nosotros mismos gritamos?
- Utilizar el sentido del humor: la risa suele ser la mejor manera de afrontar una situación. Es posible que el niño solicite algo en un momento en que no podemos o no queremos dárselo. En estos casos, resulta eficaz utilizar el sentido del humor. Por ejemplo, si pude un juguete mientras hacemos la compra podemos explicarle que solo se dan regalos cuando es nuestro cumpleaños y usar el sentido del humor: «¿te imaginas que fuera tu cumpleaños todos los días? ¿cuántos años tendrías entonces? ¡más de 100! irías con bastoncito y tendrías el pelo blanco, y yo, ¿cuántos años tendría?»
- Entrar en el mundo del niño: comprender las necesidades y limitaciones evolutivas del niño es esencial para educarle en los años preescolares. Desde esta perspectiva, debemos tratar de empatizar con el niño: si tiene una rabieta porque no puede seguir columpiándose en el parque, debemos entender que para él se trata de una actividad muy gratificante y que es normal que se sienta enfadado por tener que dejar de hacerlo. Validar sus emociones con comentarios como “entiendo que estés enfadado” y ofrecer estrategias para sentirnos más tranquilos hará, además, que en el futuro gestione mejor sus emociones.
- Decir lo que se quiere decir y mantenerlo con cariño y firmeza: muchas veces amenazamos con cosas que finalmente nunca se llevan a cabo. Esto genera un ambiente negativo en las relaciones con los menores. Es recomendable decir las cosas de manera respetuosa y mantenernos firmes en nuestras demandas. También, en ocasiones no es necesario dar grandes explicaciones, sino buscar las palabras adecuadas para transmitir un mensaje conciso, firme y con cariño.
- Ser paciente: probablemente deberemos enseñar y repetir muchas veces una misma cosa para que el niño sea capaz de comprenderla e interiorizarla.
- Aceptar y valorar la singularidad del niño o niña: cada niño es diferente, con sus puntos fuertes y aspectos que le cuestan más. Esperar del menor algo que no puede dar sólo conllevará frustración para ambos.
Si entendemos la disciplina positiva según estos criterios, veremos que está muy relacionada con el enfoque cognitivo-conductual, de amplio consenso de aplicación dentro de la psicología clínica y educativa. A título personal, consideramos que esta filosofía resulta enriquecedora en nuestra práctica diaria y facilita la terminología que podemos usar a la hora de transmitir el mensaje a las familias.
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Bibliografía:
- Disciplina positiva para preescolares. Educar niños responsables, respetuosos y capaces. Jane Nelsen, Cheryl Erwin y Roslyn Ann Duffy
- www.disciplinapositivaespana.com
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