A menudo, cuando un niño no entiende lo que le pasa, no le gusta o no lo espera, puede sentir emociones que no sabe cómo manejar. Los adultos hemos de ayudarles a que aprendan qué es lo que están sintiendo y qué pueden hacer ante ello.
A continuación, se ofrecen algunas ideas para ayudar a los niños a gestionar sus emociones:
- Identificar y validar su emoción:
Es muy importante que, cuando el niño comience a enfadarse o a tener una rabieta, escuchemos sus razones y cómo se siente. Si por sí mismo no es capaz de expresarlo, será necesario que le digamos claramente lo que está sintiendo, así le ayudamos a que aprenda a identificar las emociones. Además le haremos ver que tiene derecho o es normal que experimente lo que está sintiendo, así se sentirá comprendido. Hablar de ello es el principio de la aceptación y, por tanto, de empezar a encontrar sus propias maneras de resolverlo. Ejemplo: “Cariño, estás enfadado porque quieres comer helado, lo entiendo, es normal porque tienes muchas ganas de comerlo y te estoy diciendo que no porque vamos a cenar en unos minutos”.
Asimismo, suele ser de gran ayuda contar un suceso parecido que te ocurrió a ti cuando eras pequeño, ya que el niño lo percibe como que estás entendiendo realmente su situación y se produce una sintonía e intercambio muy positivos.
- Limitar:
Con un tono de voz suave y tranquilo pero firme y tras haber identificado y validado su emoción, le explicamos que la conducta que está teniendo (gritar, insultar, pegar, etc) no es admisible y no la vamos a permitir aunque entendamos que está enfadado. Ejemplo: “Cariño, estás enfadado porque quieres comer helado, lo entiendo, es normal porque tienes muchas ganas de comerlo y te estoy diciendo que no porque vamos a cenar en unos minutos, pero lo que no voy a permitir es que grites de esta manera ni que insultes, eso no se hace por muy enfadado que estés”.
Es necesario que les expliquemos (al menos una vez) el porqué de las cosas que les pedimos ya que, en la medida que lo entiendan, se ajustarán mejor a esas normas que imponemos. Cuando les damos respuestas del tipo “porque lo digo yo”, “porque sí/no y punto”, suele crearles confusión y rebeldía (al fin y al cabo están aprendiendo dónde están los límites). Por otra parte, debemos ser muy específicos con ellos. Es decir, concretar exactamente a qué nos referimos con aquello que les pedimos para asegurarnos que lo comprenden. Cuando les decimos que “se porten bien”, según la situación, puede significar muchas cosas. De ahí que, en función de lo que se espera que cumplan para cada situación concreta, hemos de especificar a qué nos referimos (ej: “debes permanecer en silencio y sentado”).
Cuando son muchos los comportamientos que nos proponemos modificar en el niño, no podemos exigirle todos los cambios a la vez (sería frustración asegurada tanto para el niño como para el adulto), por lo que es conveniente priorizar aquéllos que más malestar o inadaptación producen. Además, sabemos que la reacción del entorno del niño es determinante en el mantenimiento (o no) de sus conductas, por lo que se pueden ignorar aquéllas que, habiéndole explicado previamente al niño que no nos gustan y estando seguros de que no ponen en peligro su integridad ni la de los de su alrededor, le hagan ver que no surten el efecto de “llamada de atención” que se propone.
- Dar herramientas para gestionar de manera alternativa:
A un niño pequeño le cuesta razonar si no es guiado y acompañado por un adulto y, desde luego, menos aún cuando está inundado de ira o de frustración. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa (por ejemplo mandarle al rincón de pensar). Por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, técnica de la tortuga, apretar un cojín, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después (cuando ya está tranquilo) guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa. No se trata sólo de decirle lo que no es correcto, sino de comprobar los recursos que tiene y mostrarle caminos alternativos al mal comportamiento, entrenándole específicamente en aquellas estrategias que desconozca y de las que pueda servirse en el futuro. En el momento conflictivo, tras haberle explicado que su conducta no es admisible, le daremos alternativas para descargar lo que siente.Ejemplo: “Cariño, estás enfadado porque quieres comer helado, lo entiendo, es normal porque tienes muchas ganas de comerlo y te estoy diciendo que no porque vamos a cenar en unos minutos, pero lo que no voy a permitir es que grites de esta manera ni que insultes, eso no se hace por muy enfadado que estés. ¿Quieres quedarte un momentito solo hasta que te calmes? ¿prefieres que busquemos un cojín y le apretamos fuerte fuerte? ¿te metes en el caparazón como la tortuga (técnica de la tortuga)?”, etc.
- Reforzar y animar a hacerlo así en futuras ocasiones:
Cuando el niño esté comenzando a calmarse le vamos a felicitar por ello, aunque haya tardado mucho rato (es cuestión de tiempo que el niño empiece a enfadarse menos veces, con menor intensidad y duración). La felicitación ha de ser específica, con un tono tranquilo, de confianza y alegría. Ejemplo: “Muy bien, ya estás más tranquilo ¿verdad? Te has enfadado mucho pero has sido capaz de dejar de gritar y sacar el enfado de forma adecuada. Seguro que la próxima vez que te enfades lo vas a hacer así de bien o mejor todavía”.
En resumen, nuestro papel como padres y educadores debe ser el del acompañamiento emocional en momentos donde la frustración aparece y duele, reconociendo y validando la emoción primero (aprenderán que enfadarse no es malo) y ayudando a generar soluciones alternativas después (se trata de buscar la manera adecuada de expresar eso que están sintiendo). Pero debe ser el propio niño quien, sintiéndose comprendido y contenido, sea capaz de generar una solución alternativa, eficaz y duradera. No debemos compensar nosotros lo que falló, ya que evitaremos al niño la posibilidad de trabajar aptitudes esenciales como la paciencia, la aceptación, la solución de problemas, la demora del refuerzo y la creatividad.